lunes, 16 de mayo de 2011

BIBLIOTECA VIRTUAL



Es la biblioteca digital en Internet que la semFYC pone a disposición de sus socios. Sus contenidos están en formato digital, y sus fuentes de información y su acceso están disponibles en cualquier punto de la red siempre que se sea socio.
La biblioteca permite que los documentos se instancien cuando el usuario necesita consultarlos y para ello responde dinámicamente a partir de su red de fuentes de información.
Se pueden consultar por tipo de recurso y por temática y están agrupados en las siguientes secciones:
·        Sociedades Científicas y profesionales: Asociaciones médicas, colegios profesionales...
·        Thesauros y diccionarios: Nomenclaturas, clasificaciones, enciclopedias, catálogos, directorios...
·        Observatorio Sanitario: Datos demográficos de natalidad, mortalidad, movimientos poblacionales, morbilidad...
·        Información para pacientes: Todo lo que puedas necesitar para el paciente. Asociaciones de pacientes, normas para el seguimiento de tratamientos..
·        Foros y Trabajos colaborativos: Principales espacios de colaboración en la red sanitaria: listas de distribución, news, grupos de trabajo...
·        Gestión sanitaria: Indicadores sanitarios, recursos sanitarios, memorias.
·        Instituciones: Consejerías de sanidad, facultades, escuelas, unidades docentes.
·        Guías, protocolos y normas de actuación: Guías de la práctica clínica, protocolos, normas de actuación, procedimientos...
·        Medicina Basada en la Evidencia: Artículos, revistas, libros, tutoriales, Webs temáticas, bases de datos, instituciones...
·        Buscadores médicos: Portales, buscadores, directorios y bases de datos de recursos web.
·        Información médica: Prensa médica especializada, boletines de noticias...
·        Herramientas para la comunicación científica: Normas de escritura científica, citación...
·        Docencia y Formación: Material docente, artículos, cursos interactivos.
·        Información bibliográfica: Artículos de revista, libros, monografías, revistas electrónicas y bases de datos...
·        Webs monográficas: Páginas web con recopilación de enlaces monográficos.


CLASES DE BIBLIOTECAS


  • Bibliotecas en Módulos: Aquellas que podemos conseguir en cualquier casa de venta de muebles. Pueden ser de uno o varios módulos, especialmente diseñadas para acoplar entre sí. Es fundamental saber previamente el lugar dónde vamos a colocarla, pues la medida del área nos indicará el tamaño del módulo. Y aunque la biblioteca es el alma de un escritorio o sala de estudios, no quiere decir que es exclusiva de esta área, pues aun teniendo una allí, podemos incluir otras tantas por el resto de la casa sin que esto afecte el estilo.

  • Bibliotecas Bajas: Ideales para recibidores y livings, pues es útil como base de apoyo para aquellas cosas que traemos de la calle. En ambientes amplios, una biblioteca baja sirve muy bien para separar dos espacios; en ambientes reducidos se puede aprovechar como espacio adicional de guardado.

  • Bibliotecas Empotradas: Sirve para llenar un espacio vacío o un hueco entre columnas y suelen ser muy rendidoras en espacios desperdiciados o en algunas áreas reducidas de la casa.

  • Bibliotecas de Estantes: Son muebles fijos empotrados o atornillados a la pared que nos permiten diseñar sin problema una biblioteca a nuestra medida; excelentes para adaptar a cualquier espacio. Pueden ocupar todo el largo o alto de una pared, pequeñas superficies, muros o rincones de la casa, etc.

  • Bibliotecas Individuales: Las más prácticas y fáciles de distribuir, pues se adaptan a diversos ambientes y espacios, sin relegar el aspecto estético ni funcional. Ideales para zonas de paso, habitaciones o livings. 


SIGNATURA TIPOGRAFICA



Las crónicas de Reading III: ‘Signature’
Les presentamos la tercera entrega de la serie en la que la diseñadora gráfica Elena Vegillas, nos descubre los secretos tipográficos del Departamento de Tipografía y Comunicación de la Universidad de Reading, donde se encuentra realizando un Máster:
En la Reading Room, sin apenas llamar la atención, en la balda contigua a los  Penrose Annual sobre los U&lc y bajo una pila de diccionarios y tesauros están los ejemplares de Signature, la revista que Oliver Simón publicó después de  The Fleuron. Los ejemplares, envejecidos por el tiempo, no están tras una vitrina de cristal que los proteja del polvo, ni tras una llave que los proteja del hurto. No son la estrella de una biblioteca pero están ahí, haciendo historia.
No se puede hablar de Signature sin mencionar a Oliver Simón (1895-1956): editor, impresor, diseñador y amante de las letras y la tipografía. Sus padres eran seguidores de la corriente artística de las Arts & Crafts de finales del XIX y su casa estaba decorada con muebles y estampados de William Morris; viajaron y vivieron en diferentes países, por lo que no es de extrañar que Simón escogiera dedicarse a un oficio artístico. Tampoco resulta sorprendente que, prendado de varios ejemplares exquisitos de la Kelmscott Press que se exponían en el escaparate de la céntrica librería londinense Sotheran tomara la decisión de dedicar su vida a ser impresor. Era un hombre de iniciativa y en poco tiempo obtuvo trabajo en The Curwen Press, una de las llamadas private press de la época.
En 1922 ya estaba organizando cenas para crear una sociedad tipográfica que, entre otras cosas, demostrara que la composición tipográfica mecánica podía estar a la altura de la manual, es decir, que utilizar la Monotype para componer era tan válido como componer línea a línea manualmente (precisamente lo contrario a las tesis que William Morris había estipulado unos treinta años antes). De estas reuniones en el centro de Londres nació The Fleuron Society con cinco ilustres miembros: Francys Meynell (de la Pelican Press), Stanley Morison (en esa época en la Cloister Press), Hoolbrook Jackson (editor de To-day), Bernard Newdgate (del Shakespeare Head) y Oliver Simón. Esta sociedad duró literalmente dos reuniones, ya que no fueron capaces de ponerse de acuerdo a la hora de abordar diversos aspectos tipográficos. Sí salió, no obstante, algo positivo de todo esto: por un lado la publicación The Fleuron, editada por Oliver Simón y Stanley Morison, y un larga amistad entre ambos.
Oliver Simón fue también uno de los fundadores de The Doble Crown Club, una sociedad selecta –y elitista– de apenas 60 o 70 miembros relacionados con la tipografía, impresores, editores, diseñadores e ilustradores. Estos hombres (puesto que las mujeres tenían vetada la entrada) se reunían no menos de 4 y no más de 6 veces al año para debatir en torno a la tipografía, y en cada cena uno de los miembros debía diseñar el menú que sería analizado y criticado en la misma reunión. El diseño del primer menú para la cena del 31 de octubre de 1924 corrió a cargo de Simón.
Parece que la labor de Oliver Simón no tuviera limite; además de sus trabajos como editor de revistas, impresor en The Curwen Press, organizador de eventos tipográficos variados, también publicó varios libros, entre ellos Introducction to typography, un completo manual sobre tipografía, y Printer and Playground, una autobiografía salpicada de letras y publicaciones.



La pasión que Oliver Simón demostró sentir por catalogar y editar hizo casi inevitable que se volviera a enfrentar a la idea de imprimir una publicación periódica sobre tipografía, tras su experiencia en The Fleuron. Así, en 1935 aparece Signature, con una temática más abierta con temas de tipografía y novedades de artes gráficas, y que se publicaría tres veces año. El primer número, más parecido a un libro que a una revista, no incluía ninguna investigación asombrosa, ni argumentos provocativos; de hecho ni siquiera incluía un editorial introductorio, dejando mudo al editor. Quien sí se nutría de sus páginas era The Curwen Press, la imprenta donde él trabajaba y donde se imprimían las páginas de la revista y en las que la publicidad de la imprenta está siempre presente.
Signature no fue una revista de gran éxito de ventas, a pesar de contar con un precio muy asequible, ya que de los primeros seis números se imprimieron mil copias de cada uno, de los que se vendieron una media de quinientos ejemplares. Quizás por ello Simon no cobraba y los articulistas recibían escasos honorarios en forma de libros o botellas de vino. Esto no resultó un inconveniente para que escribieran los tipógrafos y estudiosos de la tipografía más relevantes del momento, pues solo en la primera época de Signature podemos leer textos de Paul Beaujon / Beatrice Warde, Stanley Morison, Henry Carter, A. F. Johnson o Holbrook Jackson entre otros, y apreciar obra gráfica de Picasso, Joan Miró o Henry Moore.
Cada número apenas tiene 30 o 40 páginas y los artículos que incluyen varían de la tipografía a la ilustración, las técnicas de impresión. Muestrarios de tipografías de Monotype, etc. Los cuatro artículos de cada número, sus ilustraciones y las reseñas de libros tienen una presentación visual pausada, sin estridencias, sin el sentimiento de quien quiere traspasar la historia. Hay que leer cada línea, cada párrafo, pasar las páginas en silencio, para dejar que el trabajo de Oliver Simón se haga notar. Y es ahí cuando vemos que la composición de cada página, compuestas casi sin excepciones en Walbaum 374 y 375, es impoluta, los ritmos de la revista funcionan, las ilustraciones aparecen cuando deben y el tacto del papel es agradable sin ser lujoso.
La II Guerra Mundial partió la vida de Signature por la mitad. Cuando comenzó la contienda aún faltaban dos números para terminar la serie completa de cinco años que Oliver Simón se había propuesto completar. Muchos de los colaboradores ya no estaban disponibles, ya por obligaciones civiles, ya militares, pero a pesar de las dificultades Simón se decidió a imprimirlos y a culminar el decimoquinto ejemplar con un index completo de todos los números publicados. El 7 de octubre de 1940, mientras el último número de Signature estaba en máquinas, una bomba cayó sobre las instalaciones de The Curwen Press, destrozando las oficinas del director y de la administración. Superando todas las adversidades, 550 copias del número quince de Signature salieron de la imprenta.
La primera serie quedó por tanto completada con los quince números publicados entre 1935 y 1940.
En 1945 Oliver Simón continuó con la edición de la revista. Esta segunda serie se siente diferente al tacto, como si la guerra le hubiera robado la inocencia. El papel es más blanco, las revistas tienen más páginas que abandonan poco a poco las cuestiones tipográficas para acercarse a las artísticas, la cabecera cambia y la diseñan tipógrafos como Jan van Krimpen. En total fueron dieciocho los ejemplares publicados, hasta 1955, un año antes de su fallecimiento.
Signature no rompió moldes ni en su forma ni en su contenido, tampoco fue un éxito de ventas, pero fue el resultado del trabajo bien hecho, pensado y meditado, sin alardes, sin gritos ni polémicas. Quizás por ello 75 años después seguimos hablando de ella.

















CLASIFICACIÓN BIBLIOGRÁFICA DE LAS BIBLIOTECAS




Clasificar es colocar un libro dentro de una clase proporcionada por un sistema de clasificación. O agrupar los libros de características comunes por razón de su contenido. No se trata de una arbitrariedad, si no que clasificar es una tendencia natural del conocimiento; ya en la época griega encontramos una clasificación de los conocimientos, o el  trivium y quadrivium mediuevales.
     Los sistemas de clasificación bibliografiíta son sistemas de  catalogación por materias pre coordinados y de estructura jerárquica.
     Nos sirve para  ordenar los libros en los estantes por razón de su contenido, lo que supone una previa clasificación de los conocimientos, esto quiere decir que es una clasificación  de la realidad y descansa sobre un contexto ideológico cultural. Su utilización como lenguaje de recuperación, tomado en un sentido más estricto es posterior, y como dice  VAN DIJ en "Lenguajes de indización" la utilización de estas como lenguajes de recuperación va a plantear ciertos problemas.
     Otro de los aspectos es su  provisionalidad, y la importancia de ponerse al día en un mundo en constante evolución, en el que los cambios se suceden de manera vertiginosa.
     Una característica de las clasificaciones es su  multidimensionalidad, esto quiere decir que puede ocuparse de varias partes de la realidad, o de una desde varios puntos de vista; esto  aparte de un punto importante también supone un inconveniente, que es la existencia de varios puntos de  vista susceptibles de ser clasificada una misma materia. Con el consecuente  desajuste a la hora de recuperar la información.
     En cuanto a la estructura de clasificación, encontramos dos modos: los  sistemas  analíticos, que prevén de antemano todas las clases, y los  sistemas sintéticos, que deben prever de antemano las distintas características que han de resultar comunes a las categorías principales. En todas las clasificaciones encontramos estas dos características, aunque en algunas predomina una de ellas, como es la sintética en la Colon Clasificación.


VALORACION DE UN SISTEMA DE CLASIFICACION
     La consideración básica será su capacidad para satisfacer las necesidades de los usuarios.
     Un sistema que asegure el  máximo de relevancia, pertinencia y precisión en la búsqueda, cuya eficacia va a depender de que el sistema se ajuste a lo que se almacena.
     Un sistema ha de estar dotado de  simplicidad y de una base teórica. Abierto, o sea con  posibilidades de crecimiento y cambios. Y  multidimensional, o sea con posibilidad de acceso múltiple. Adaptabilidad, posibilidad de ser usado para materias especializadas y para  las más plurales, como a materias complejas ante la interdisciplinariedad de la ciencia. Ahora  también se requiere la posibilidad de su automatización.



LA CLASIFICACION DECIMAL DE DEWEY

     Desde 1876 en que apareció la 1ª  ed. hasta 1989 con la 20ª ed. la DDC ha ido creciendo  hasta una obra de más de 3.000 páginas. Y cerca de 30.000 entradas.
     Existe una edición abreviada de la 19ª  ed., que es la 11ª  ed. de las abreviadas. Con 3.000 entradas
     También contamos con una  versión española "Sistema de clasificación universal" por Mevil Dewey, editada y traducida por Jorge Aguayo. Y con Traducción en varias versiones
Europeas. Es usada por más de 25.000 bibliotecas como para la bibliografía nacional italiana  y las cintas MARC de EE.UU y Gran Bretaña.
     Las partes de la clasificación se ordenan  por disciplinas o campos de saber y no por materias, lo que significa que una materia puede ocupar varios lugares en el sistema de clasificación.
   Tiene una base decimal, pues el saber se divide en 10 clases principales, estas a su vez en  diez divisiones, y así sucesivamente hasta donde se desee. Utilizando además las cifras árabes  con valor decimal (como si tuvieran un 0, delante). Agrupándolas en conjuntos de tres cifras  separadas por punto desde la izquierda, sin que el punto tenga otro valor que facilitar la lectura.
     Responde al principio de clasificación  jerárquica, tanto en la subdivisión, pues toda cifra  tiene una cifra más que la que la precede; como en la estructura, pues fuera de las clases principales todo concepto es genérico o específico de otro superior o inferior.      
     La estructuración del sistema contiene:
    
- Base teórica
     - Siete tablas auxiliares de números que pueden aplicarse a      las tablas principales.
     - Cuerpo de la obra
     - Índices
     Se revisa continuamente su esquema sin cambios drásticos. Editada por Forest Press, que es una subdivisión de la Lake Placid Education Fundation.


     Esquema principal

0. Generalidades
1. Filosofía
2. Religión
3. Ciencias sociales
4. Sin ocupar
5. Ciencias
6. Ciencias aplicadas
7. Arte
8. Lengua y Literatura
9. Geografía e Historia

DEWEY



ORIGEN DE LAS BIBLIOTECAS

Las primeras bibliotecas 

El término biblioteca se utilizó por vez primera en la Grecia antigua, y tuvo un curioso origen. Los rollos de papiro que debían conservarse por alguna razón, eran colocados en un receptáculo de madera o piedra conocido como bibliotheke, palabra que muy pronto significaría colección de libros. Pero las bibliotecas tienen un origen mucho más antiguo, y en lo que sigue podrás conocer algo más acerca de ello. 
 

Las bibliotecas de Egipto 
Los primeros datos con los que contamos acerca de las bibliotecas provienen de Egipto, aunque es muy poco lo que de ellas sabemos.

Es seguro afirmar que en aquellas épocas no existía una diferencia clara entre biblioteca y archivo; de igual forma podemos asumir que las primeras bibliotecas estaban ubicadas en centros religiosos y su cuidado estaba a cargo de los sacerdotes.
Sabemos también que en el templo de Edfu, consagrado al dios solar Horus, existe una cámara cuyas paredes tienen escritos los títulos de varias obras donadas a la biblioteca. En Tebas hay dos tumbas cuyas inscripciones indican que en ellas se encuentran dos bibliotecarios. 


 

Las bibliotecas del Asia Menor 
En los restos de la ciudad sumeria de Nippur se han encontrado restos de una gran biblioteca asignada al templo. El acervo descubierto se compone de tabletas de arcilla de origen sumerio, babilonio y asirio. Se puede suponer que las tabletas eran almacenadas y ordenadas en cajas de madera o barro, que se alineaban sobre pedestales y estantes de madera a lo largo de las paredes, protegidas con una capa de alquitrán.

Otra famosa biblioteca, de origen asirio, es la del rey Asurbanipal, en Nínive. De las excavaciones se obtuvieron más de 20,000 tabletas de fina cerámica y escritura meticulosa, las que comprenden gran parte de la literatura asirio-babilónica.
En la ciudad de Boghazkoi se descubrió una biblioteca de origen hitita que data del segundo milenio anterior a nuestra era. De esta biblioteca se extrajeron alrededor de 15 mil tabletas, así como catálogos con la enumeración de títulos y el número de tabletas que conformaban cada uno. 
 



La más famosa biblioteca de la antigüedad 
Tras la caída del imperio formado por Alejandro Magno, Ptolomeo I fundó un poderoso reino en el valle del Nilo, cuya capital, Alejandría, sería el albergue de uno de los centros culturales más importantes del mundo antiguo.

Ptolomeo I y después su hijo, Ptolomeo II, se esforzaron por atraer a la floreciente capital de su reino a los sabios griegos, con el objetivo de integrarlos a una comunidad académica y religiosa cuya sede estaba en el templo de las Musas y se denominaba Museion. 
El Museo estaba dedicado a la enseñanza y la investigación y contaba con una gran biblioteca formada a lo largo del siglo III a. de n. e., la cual contenía traducciones de la literatura egipcia y babilonia entre otras. Esta colección era una de las dos que en conjunto formaban la biblioteca de Alejandría. La otra colección se localizaba en el templo de Serapis y se llamaba el Serapion.

El objetivo de la biblioteca de Alejandría era albergar la totalidad de la literatura griega en las mejores copias existentes, así como clasificarla y comentarla. El poeta Calímaco, entre otros muchos, trabajó en esta magna empresa, creando un catálogo de autores el que, a pesar de hoy conocerse sólo en forma fragmentada, da cuenta de la gran calidad del trabajo realizado.
Los estudios arqueológicos han permitido estimar el tamaño de la colección principal de la biblioteca de Alejandría, la que poseería unos 700,000 rollos a los que han de añadirse 45,000 provenientes de la colección menor. Estas cifras, por sí mismas, revelan la importancia que la antigua biblioteca tuvo en el pasado. 
La existencia de la biblioteca de Alejandría trajo consigo un florecimiento del comercio de libros; aunque éste se practicaba en Atenas desde el siglo V a. de n. e., por lo menos, el tamaño de la biblioteca y su contenido sin duda la hicieron un cliente de excepcional importancia, así como un proveedor de obras originales fundamental para las librerías de la época.

El final de la magna biblioteca no ocurrió, como suele suponerse, de una sola vez. Cuando César conquistó Alejandría en el año 47 a. de n. e., parte de la colección ardió a consecuencia del descuido de las tropas romanas; se dice que Antonio compensó a Cleopatra por la pérdida regalándole 200,000 rollos de la biblioteca de Pérgamo. Finalmente, en el año 391 de nuestra era, el arzobispo Teófilo de Antioquía y sus hordas cristianas destruyeron el templo de Serapis y con él, los restos de la colección. 

 

Las bibliotecas y librerías de Roma 
Las frecuentes conquistas de Roma produjeron, entre otras cosas, un creciente interés por los libros, sobre todo griegos. Los generales romanos solían llevar a la capital de su imperio libros obtenidos como botín de guerra.
Más tarde, conforme los griegos conquistados comenzaron a radicar en Roma, se dedicaron al comercio de libros. El librero, llamado bibliopola, empleaba para la transcripción de los textos a esclavos especializados (llamados servi litterati).
En la época de la República el negocio editorial romano estaba en franco crecimiento; prueba de ello es la labor desarrollada por Pomponio Atico, editor y amigo del célebre Cicerón. No obstante, no es sino hasta la era del imperio que el comercio de libros en Roma aumentó dramáticamente. Los libreros, que eran a la vez editores, se localizaban en las principales avenidas romanas, y su labor de difusión cultural no puede soslayarse.
Las editoriales romanas eran muy diferentes a las que actualmente conocemos. El autor no recibía ninguna regalía por su obra, pero el editor sólo podía reproducir cierto número de ejemplares de cada una, lo que permitía a los autores establecer contratos con otros editores. Naturalmente, en aquella época no existía protección alguna a los derechos de autor y, en general, un autor solamente obtenía dinero por su obra si ésta era dedicada a algún hombre rico y poderoso.
Las obras solían ser presentadas mediante su lectura pública por parte del autor. Más tarde, los editores adoptaron ésta práctica. Desafortunadamente, no sabemos nada acerca del tiraje de las obras ni de su precio.
Poco a poco la bibliofilia fue adoptada como un signo de distinción entre las clases romanas acomodadas; los ricos solían tener a su servicio esclavos encargados de hacer copias de aquellas obras que deseaban integrar a sus colecciones privadas, las que por cierto, solían ser albergadas en suntuosas bibliotecas localizadas en las casas de campo.
Se tienen noticias de que en Roma también existían bibliotecas públicas. La primera de ellas fue fundada por Asinio Polión en el año 39 a. de n. e. Luego, bajo el mandato de César Augusto, se establecieron las bibliotecas Palatina y Octaviana, la primera localizada junto al templo de Apolo en el Monte Palatino y la segunda, en el pórtico de Octavia del templo de Júpiter en el Campo de Marte. El personal de esta clase de bibliotecas estaba compuesto por esclavos llamados library, y eran dirigidas por un liberto o caballero quien ocupaba el cargo de procurador bibliothecae. La biblioteca Palatina fue devorada por el fuego en el año 191 y la Octaviana, en el año 80. Otras bibliotecas públicas estuvieron fundadas por Tiberio y Domiciano. A pesar de todo, la más famosa biblioteca pública romana fue la establecida por el emperador Trajano en el año 100, conocida como biblioteca Ulpia, que fue también el archivo imperial.
Las bibliotecas públicas de Roma solían estar divididas en dos secciones, una griega y otra latina. Los rollos se conservaban en armarios de madera alojados en nichos excavados sobre las paredes. En algunos casos, se permitía el préstamo a domicilio.